Octave Lapize tenía 29 años cuando cayó en el frente de Verdún el 14 de julio de 1917, el sargento Lapize recibió cinco balazos en el cuerpo mientras pilotaba su avión, que llevaba dibujado un gallo en el fuselaje y un enorme número cuatro, en recuerdo del dorsal que exhibió en 1910, cuando a los 22 años se impuso en el Tour.
Pasó a la historia por convertirse en el primer corredor que coronó el Tourmalet. Aquella fue una gesta impresionante. La etapa partió de Luchon y llegó a Bayona, tras 326 kilómetros y poco más de 14 horas de pedaleo, al increíble promedio, teniendo en cuenta la época, de 23 kilómetros por hora. Lapize tuvo que hacer parte de las ascensiones al Tourmalet y al Aubisque a pie, ya que no podía mantener el equilibrio por culpa de los enormes pedruscos que entorpecían la ruta.
Al día siguiente de su hazaña había jornada de descanso. Lapize se la pasó en el interior de su habitación con los pies ensangrentados e inflamados. Buscó alivio refrescándolos en una palangana con sales y vinagre. También murieron en la contienda Lucien Petit-Breton, ganador de los Tours de 1907 y 1908, y François Faber, vencedor en la edición de 1909, que se alistó en la Legión Extranjera.
Ganó el Tour de Francia 1910 en el único año que logró terminar la carrera. Entre su palmarés, además de esta victoria, destaca el triunfo en tres ediciones consecutivas de la París-Roubaix, así como cuatro campeonatos nacionales de ruta, tres en categoría profesional y uno en categoría amateur. También obtuvo una medalla de bronce en la prueba de ruta de los Juegos Olímpicos de 1908 y batió el récord de la hora en diversas modalidades.
Su sordera, cruel desventaja, le impedía comunicarse con los periodistas quienes relataban sus hazañas con detalle pero no podían entrevistarle, ello motivó que fuese excluido del servicio militar en 1907 y que le hubiera evitado ir a la guerra si no hubiera revuelto Roma con Santiago para conseguir ser alistado como vuluntario, con el trágico final que conocemos.
Se trataba de un atleta magníficamente proporcionado, de pequeña estatura (1,65 m) pero con una gran musculatura, una clase y un caracter fuera de lo común.
Henri Desgranges, en “L’Auto” dejó sus impresiones sobre “el Rizitos”, pocos días después de su victoria en la París-Roubaix: tengo antes mis ojos la fotografía de Lapize. Tiene toda la pinta de un gran rodador: la cara enérgica, el maxilar sólido, la mirada fija, el bigote en punta, como conviene a un “corcel” llamado, tras largas horas de padecimientos en la carretera, a lanzar besos a las chicas bonitas, gran caja torácica, las piernas bien asentadas, muslos poderosos y unas manos potentes capaces de doblar todos los manillares del mundo cuando se apoya sobre ellos en las subidas.
NOTA: No se si lo sabéis, pero la imagen que hay en la cima del Tourmalet y con la que a buen seguro más de uno de vosotros se ha fotografiado se hizo en honor a este señor.