Tradicionalmente se define a una hormona como una sustancia segregada por determinadas células del cuerpo (en las denominadas glándulas), desde donde viaja, a través de la sangre, a los tejidos donde ejerce sus acciones más importantes (a estos tejidos se les denomina tejidos-diana).
Veamos un ejemplo: la testosterona producida por los testículos viaja por la sangre a los músculos esqueléticos, donde estimula la fabricación de nuevas proteínas musculares para sustituir a las que se habían destruido con el ejercicio (se dice por ello que es una hormona anabólica). Por otra parte, la producción de cada una de las numerosas hormonas está muy controlada: si estamos sanos, producimos la cantidad exacta que necesitamos: ni más, ni menos. Esto se consigue porque cada glándula está dirigida por otras glándulas situadas más arriba en el cuerpo, dentro del sistema nervioso central. Siguiendo con el mismo ejemplo, los testículos segregan testosterona porque así se lo ordena otra hormona segregada en otra glándula, la hipófisis (y cuyo tejido diana serían entonces los testículos). Y esta última hormona, a su vez, responde a la llamada de otra segregada un poco más arriba, en el hipotálamo (que sería algo así como el centro de pantallas de nuestro cuerpo, donde se controlan todas nuestras funciones con el fin de salvaguardar nuestro bienestar). A todo este sistema con varios escalones se le denomina eje hormonal. Por último, cuando la actividad de un eje es demasiado elevada, la hormona protagonista de cada eje (la testosterona, siguiendo con el mismo ejemplo) se encarga de frenar al hipotálamo y a la hipófisis: es lo que se conoce como feedback negativo (o retroalimentación negativa).Las situaciones de estrés (¡qué mejor ejemplo de estrés mantenido que el Tour de Francia!) activan muchos de nuestros ejes hormonales. Uno de ellos, el del cortisol, es especialmente efectivo para ayudarnos a plantarle cara al estrés: movilizamos substratos energéticos (grasas, hidratos de carbono, e incluso proteínas), disminuyen las reacciones inflamatorias (que también son responsables del dolor de piernas que sufren los ciclistas) y el cuerpo se activa en general. Tanto se echa mano de este eje en el Tour que la glándula suprarrenal puede quedar exprimida a la tercera semana. Si un ciclista opta por tomar corticoides (drogas sintetizadas artificialmente a partir del cortisol, y mucho más potentes que éste), posiblemente pueda sobrellevar mejor el estrés: las piernas duelen menos, se utilizan mejor los recursos energéticos y al ciclista le embarga una sensación de euforia en general (sigue sufriendo igual, pero más contento, vaya). Pero el efecto rebote de este dopaje es tan llamativo como su efecto estimulante: después de largos meses consumiendo corticoides, éstos pueden llegar a inhibir al hipotálamo y a la hipófisis, que dejan por ello de estimular a las glándulas suprarrenales. El cuerpo ya sólo sabe funcionar con inyecciones o pastillas de corticoides.
Otro eje importante en el deporte es el ya citado de la testosterona. Esta hormona tiene un doble efecto, pues es a la vez androgénica y anabolizante. Androgénica, porque estimula el desarrollo de los caracteres sexuales propios del varón, como la agresividad. Y anabolizante, porque estimula el anabolismo o crecimiento de los músculos. Resultado del dopaje con testosterona o con fármacos sintetizados a partir de la misma: el ciclista se recupera mejor y tiene mucha más fuerza. Sus piernas le piden desarrollos muy duros (tiende a pedalear atrancado, arrastrando grandes desarrollos) y sus músculos son capaces de asimilar entrenamientos muy exigentes. La segunda parte (la mala), viene después: el cuerpo se olvida de producir su propia testosterona, tanto que se nota en los propios caracteres sexuales del varón. En algunos casos, los testículos se atrofian y el deportista se vuelve estéril. Eso, por no hablar de los efectos nocivos de la testosterona o de sus derivados sobre el hígado.
El tercer eje importante es el de la hormona del crecimiento (en inglés growth hormone, abreviada GH, en inglés). Es otro eje anabólico, que estimula los procesos de crecimiento y proliferación no sólo de los músculos, sino también de todos los tejidos del cuerpo. Resultado del dopaje con GH: los músculos también se recuperan mejor de los esfuerzos, y el ciclista tiene mucha más fuerza. La parte mala se derivaría de un crecimiento excesivo de los tejidos, sobre todo de los huesos: como ya no pueden crecer a lo largo (a los 20-25 años se cierran los cartílagos de crecimiento de los huesos de las extremidades), crecen a lo ancho: la cara se deforma, pues la mandíbula inferior y los pómulos se hacen más prominentes. Cercanos a sus efectos son los de las somatomedinas (o en inglés, insulin-like growth factors, abreviados IGFs), que son realmente las hormonas protagonistas del eje de la GH. Sus efectos son incluso más potentes que los de la propia GH.
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