Salvando las distancias, que son muchas, el caso Marta Domínguez es como el de Lance Armstrong. A ambos deportistas, al ciclista tejano y a la fondista palentina, dos considerados en su momento como de los más destacados del mundo, las sanciones por dopaje les han llegado a los 40 años y cuando se habían retirado de la práctica al más alto nivel. A ambos, el castigo que más daño les ha hecho no ha sido tanto la suspensión, que no les afecta a efectos prácticos, como la retirada con efecto retroactivo de sus más grandes victorias, los siete Tours de Armstrong, el Mundial de Berlín de Domínguez, y la mancha en su honor que ensucia hasta hacer sospechosa toda su carrera.
Salvando las distancias, que las hay, el caso Marta Domínguez recuerda también al de los ciclistas Alejandro Valverde y al de Alberto Contador, ambos ciclistas, como la atleta, considerados entre los más grandes nacidos en España. A los tres, y a sus respectivas federaciones, les une la condición de absueltos por los comités de competición nacionales y condenados por el Tribunal Arbitral del Deporte (TAS). A Valverde, en realidad, la federación española de ciclismo no pudo ni expedientarle: lo hizo el CONI italiano, que consiguió una bolsa de sangre y logró que su sanción nacional la extendiera el TAS a todo el mundo. De Contador, a quien se encontró clembuterol en su orina, como de Domínguez, las federaciones españolas de ciclismo y atletismo creyeron sus explicaciones científicas, los argumentos de sus científicos, y a ambos les exculparon. Meses después, las federaciones internacionales de ambos lograron en Lausana lo que Madrid no les había concedido, lo que ellas consideraban justicia.
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